En el siglo pasado carecíamos de términos adecuados para definir las relaciones no monogámicas, no es que fueran inexistentes, sino que por lo general se las definía desde una perspectiva moral. De allí surgen los conceptos de infidelidad, adulterio, triángulo, swinging, promiscuidad, etc. Se señalaba que estas relaciones carecían de vínculos afectivo-emocionales y se centraban en los intercambios sexuales. Hoy en cambio ha aparecido un concepto novedoso denominado:  “no monogamia consensuada”.

Dice el Dr. Walter Ghedin que: “Justamente este tipo de apertura necesita de un acuerdo entre la partes de tener relaciones fuera de la pareja (relaciones extra diádicas) sin ocultarlas como se hace en un vínculo infiel. También debe quedar muy en claro que los celos, los reproches, el control sobre la vida del otro, quedan fuera de este acuerdo. 

Se abre la pareja por el deseo de hacerlo, no por dominio de uno sobre la decisión del otro, no para generar conflicto, no para descuidar las compromisos sobre los hijos ni al otro. Una relación no monógama consensuada, requiere asumir la responsabilidad de cuidar y cuidarse mutuamente con el fin de disfrutar de la sexualidad y de los sentimientos que surjan con los nuevos vínculos. Afirmatambién que: “En el habla coloquial inglesa, la palabra flubbry alude a sentirse contento por el bienestar de sus otros amores”.

No es que los celos desaparecen mágicamente, pero en este caso en lugar de generar enojo o rechazo, provocan más placer y excitación.

El núcleo central de estos estilos de relacionamiento reside en limitar la posesividad, que es la acción de adueñarse del otro como un territorio propio que no se debe o puede compartir. Se trata de una renuncia que nos pone frente al dilema de si los y las que son capaces de esta acción limitan las responsabilidades y por ende la intimidad, o por el contrario, han superado las barreras egoístas y reconocen los derechos de cada uno a experimentar sensaciones y sentimientos que dejan de ser unívocos, porque no se dirigen a una única y exclusiva persona.

El sexo no se constituye en un interés primario en las relaciones poliamorosas, -porque no hay que confundir poliamor con polideseo- sino que se recalca la búsqueda de construcción de relaciones a largo plazo con más de una persona independientemente de la orientación sexual. En la práctica, las relaciones poliamorosas son bastante diversas e individualizadas de acuerdo con aquellos que participan en ella basados en acuerdos mutuos, que parecen ser necesariamente explícitos.

Si damos una mirada a estos vínculos desde la clásica teoría del apego que distingue:

  • apego seguro.
  • ansioso – preocupado
  • desdeñoso – evasivo
  • miedo – evasivo

Parece evidente que sólo las personas que pertenecen al primer grupo serían capaces de tolerar sin problemas las relaciones abiertas, los y las demás caerían en un mar de contradicciones, comprimidos entre la aceptación y el rechazo, el deseo y la evitación, lo cual anticipa futuros conflictos y desavenencias.

La pregunta inquietante es si se puede amar a dos personas o más con una intensidad y entrega similar. ¿Por qué no? ¿En que lugar de nuestro cerebro se aloja esta restricción? No existe, y no descubriremos nada nuevo si afirmamos que se trata de un imperativo cultural. Las sociedades patriarcales y sexistas impusieron el poli deseo como un atributo y una imposición masculina, el cambio es que ya no excluye a las mujeres ni tampoco reivindica a la heterosexualidad u homosexualidad como único camino que restringe el poliamor. Todas la opciones están abiertas sin necesidad de ponerles un título que a la postre se transforma en una caricatura. Si algo caracteriza a estas formas distintas de relacionamiento es su flexibilidad y capacidad de cambio que conduce a una democratización del amor y el deseo.

Nadie es mejor o peor por ser monogámico. Todos somos mejores si respetamos la libertad y evitamos la desconfianza y la mentira.  Tal vez solo podemos (parafraseando a Wittgenstein) hablar de aquellas cosas que conocemos. Lo demás es invento.

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