En la vida de una pareja hay momentos gratos y otros amargos: en cada uno de esos instantes se dicen cosas que pretenden sintetizar en palabras las emociones involucradas.

Se pronuncian frases, algunas intranscendentes y otras que suelen dejar huellas que pueden hacer muy difícil su olvido.  Las más perdurables son aquellas que se relacionan con los sentimientos, y que contienen emociones como el amor, el odio, el rencor, la agresión. Muchas personas dicen palabras hirientes, condenatorias, casi como al pasar, o al calor de un debate interno de la familia. Otras veces se las pronuncia masticando con placer el resultado que habrán de causar en quienes las escuchan. Después de emitidas no hay vuelta atrás, porque el efecto que producen es intenso, y aunque algunos puedan arrepentirse: «lo dicho, dicho está”. Es posible que no se perciba una consecuencia inmediata, pero el mensaje quedará flotando en el ambiente de la relación.

 

Algunas expresiones, aunque sean hirientes o descalificadoras, pueden ser olvidadas o perdonadas, porque se entiende que han sido pronunciadas en forma irreflexiva, sin embargo otras expresan un estado de cosas largamente reprimido. Son, en un cierto sentido, lapidarias.

 

-Te quiero, pero no te amo-. Es una de esas expresiones límites en la vida afectiva de una pareja, porque quiere sintetizar el estado emocional del vínculo. Cuando se dice esta frase, se está  poniendo en tela de juicio el sentido y la continuidad de la relación.

 

¿Que se quiere decir con ello?  ¿Que representa para una persona el cambio del amor a una sensación de ternura desapasionada?

 

Los investigadores de la psicología de los vínculos de pareja afirman que las personas se unen por pasión, pero que perduran juntos en el tiempo por la firmeza y calidad de los lazos afectivos. Si esto es cierto, entonces es precisamente el cariño el que hace más sólidos y perdurables los vínculos. Lamentablemente esto no opera del mismo modo para todos; hay muchas personas que tienen una necesidad imperiosa de sentir una pasión amorosa similar a la que caracterizó los comienzos de la pareja, y no se adaptan a los cambios que una relación prolongada produce en esas emociones.

 

Lo complejo de este problema es que no se trata de parejas con malas relaciones cotidianas; las más de las veces se llevan bien, se respetan, comparten confidencias, son buenos criadores de sus hijos, y se los ve a menudo tomados de la mano, exhibiendo ante los demás la buena calidad de su relación, Sin embargo es en el territorio de la intimidad donde se muestra el conflicto, porque los años los han transformado en muy buenos amigos, pero a cambio han perdido la calidad pasional en su vínculo. Esto no se refiere en exclusiva a la vida sexual, sino a todas las acciones que muestran entusiasmo amoroso, son -en un cierto sentido- demasiado previsibles el uno para el otro.

 

Este proceso de entumecimento afectivo lleva a que cualquiera de los dos, y en ocasiones ambos simultáneamente, comiencen a percibir una fuerte sensación de carencia, que se expresa en distintos aspectos de la vida cotidiana. Uno de los más notorios se produce en torno a las relaciones sexuales, que se hacen esporádicas y rutinarias, con dificultades crecientes en la concentración, es como si de pronto los pensamientos se fugaran de la escena, y solo quedaran dos cuerpos en movimiento.

 

Las parejas que advierten lo peligroso de esta situación buscan decir o hacer cosas diferentes que los devuelvan a emociones que conocieron en el pasado, otros simplemente se deslizan hacia un conformismo con ese estado de cosas, con el riesgo de que aparezca en el horizonte individual otra persona que active el volcán dormido.

 

La pregunta más difícil de responder que formulan estas parejas cuando llegan a terapia, es: ¿Se puede recuperar el amor? U otra pregunta todavía más difícil, por la idealización que conlleva ¿Podremos reencantarnos?

 

Nadie puede responder ese interrogante, porque no se trata de un simple reordenamiento de acciones, es mucho más complejo y profundo, ya que apunta a desnudar ocultas expectativas, deseos frustrados, afrontando uno de los desafíos más serios que se presentan en la historia de un vínculo, como lo es revitalizar una relación que ha modificado su calidad original, volcándose del amor al cariño. Para que esta transición no sea una pérdida se tiene que poder mantener o recuperar los lazos pasionales.

 

De las cenizas se puede revivir el fuego, y a veces la posibilidad del fin de la relación actúa como un poderoso incentivo que reactiva el interés y las emociones dormidas. Por eso para aquellos que sienten a su pareja como esencial no queda más alternativa que luchar por restablecer las pasiones olvidadas. Y esperar que no sea demasiado tarde. 

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