Hay palabras que cuando se refieren a los comportamientos humanos tienen una connotación positiva automática, mientras que otras sugieren lo opuesto. Este es el caso de la espontaneidad, que es contemplada como un rasgo deseable en las relaciones entre personas; en cambio las acciones que surgen preparadas o elaboradas con cierta planificación son consideradas con reticencia o sospecha. Por supuesto que estas definiciones no se aplican del mismo modo a cada situación, porque el ejercicio de una acción planificada será evaluado en forma distinta de acuerdo al contexto en que se ejecuta. Por ejemplo se admite pensar y repensar los ingredientes para realizar una comida, la forma en que se va a decorar la mesa, la vajilla, los vinos. Se acepta organizar un paseo familiar con semanas de anticipación, o una salida con amigos, etc, etc.

Sin embargo en las relaciones personales más cercanas la planificación suena a manipulación, de este modo se obliga a los individuos a ejercer una cierta disociación entre las acciones donde se admite y se recomienda considerar los actos para obtener un fin, de aquellas otras donde esa misma conducta se señala como negativa. Esto parece loco; porque que es lo mejor entonces: ¿Pensar lo que vamos a hacer para optimizar el resultado? ¿O actuar intuitivamente reprimiendo todo cálculo? En verdad la espontaneidad parece surgir también de un deseo conciente de aparecer ante los demás con soltura y libertad, de donde surge una nueva pregunta: ¿Será espontánea la espontaneidad?

Disociemos cuidadosamente sus componentes a través de una escena de seducción: en este escenario dos personas se sitúan de modo que su objetivo es generar interés mutuo, para ello van a intentar destacar –tanto en lo físico como en lo intelectual- lo mejor de sí mismos, y esto representa prepararse para el otro, desarrollar una estrategia de atracción.

 Cierto que parece válida una afirmación como:

-Yo soy como soy, y si el/ella me pesca, bien….sino-

 Mi opinión ante esto, y aún cuando pueda sonar escéptico, es que todos tenemos expectativas, y actuamos para cumplirlas, por lo que dudo que no se realice un mínimo esfuerzo por ser aceptado, acentuando los rasgos positivos y atractivos. Además es parte de la acción observar como el otro responde, y actuar en sintonía para aumentar la afinidad. Esto es lo que hacen la mayor parte de las personas en una situación de ese tipo, los que por el contrario siguen un guión interno fijo, en verdad están más conectados con sí mismos que con el otro.

En la acera opuesta están quienes pueden desplegar tácticas y estrategias como la de un juego de ajedrez, donde se piensan las movidas con anticipación y se tiende a pensar la relación en términos de captura. Esta ideología un tanto militar caracteriza a quienes ocultan sus emociones, y en definitiva se transforman en una pura ficción.

Si seguimos con el ejemplo, y suponemos que esa escena sucede en los primeros encuentros, de allí aparece la duda sobre como producir la continuidad del contacto, si se actúa “espontáneamente” a través del deseo (no sólo el sexual que se enmascara cuidadosamente para no producir un repliegue prematuro), el pedido debería aparecer de inmediato, sin embargo la cultura del encuentro hace que se entienda como negativo mostrar un interés excesivo, por lo que es conveniente comportarse de modo prudente, esperar el tiempo que un código no explícito sugiere, y aquí las regulaciones de género operan discriminatoriamente, porque para las mujeres se prescribe esperar el llamado. Los varones suelen sorprenderse si son ellas quienes avanzan de modo decidido en la propuesta. Y ella se inhiben de hacerlo porque aparecerían como demasiado dispuestas, y la dinámica de la seducción reclama cierto fingimiento. Una especie de declaración que dice: Estoy interesada, pero no desesperada.

Sólo después las barreras bajan, y aumenta la posibilidad de ser un poco más libres, pero durante todo ese período llamado seducción la espontaneidad también puede ser una ficción, una estrategia más para ser mejor valorados. Esforzarse para ser espontáneo es exactamente lo contrario de lo que la palabra sugiere.

En la vida de una pareja este será un tema recurrente, y luego de años de convivencia surge comúnmente el reclamo contra la planificación de las actividades eróticas, como si ellas debieran surgir inesperadamente en un rutilante momento de pasión, y todo preparativo previo las enfriara.

 Esta visión idealizada impide comprender que un acto creativo no surge de la nada, sino que se sostiene sobre una base que lo permite. Si podemos imaginar los ingredientes de una comida, los detalles de su preparación, la mezcla de sabores, aromas y colores que generarán un plato delicioso, y disfrutar anticipadamente del momento final en que nos llevemos el bocado a la boca ¿Que es lo que impide replicar esta idea y estas acciones en el plano erótico? Nada, excepto la automática descalificación de la planificación en la vida sexual. Porque en el primer caso no existe ninguna posibilidad de generar ese banquete para los sentidos sin recurrir a un lugar para proveerse de los insumos necesarios. Y en el segundo tampoco es posible sin disponer del tiempo, el espacio, el momento oportuno, que obviamente pueden ser pensados y dispuestos con anterioridad.

Yo diría para cerrar este artículo que la espontaneidad empieza donde termina la planificación, y que de ninguna manera son incompatibles, sino absolutamente complementarias.

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