Fidelidad y Pareja:

¿Por qué la infidelidad es tan destructiva para la pareja? Tiene la capacidad de serlo, porque representa un embate demoledor contra el propio núcleo de la relación, esto es, la confianza mutua.
Al producirse, la infidelidad altera esta confianza y la misma constancia del vínculo; es por ello que genera consecuencias imprevisibles sobre la continuidad afectiva y sexual de la relación.
El significado simbólico de la ruptura apunta a aquello que los terapeutas cognitivos designan como la opción “todo o nada” un cónyuge es fiel o es infiel. No existen alternativas intermedias.

La infidelidad ataca un ideal de constancia vital y amorosa que toda pareja posee, el que no debe confundirse con una especie de parálisis afectiva, donde nada sucede, sino que depende de una adecuada síntesis entre la estabilidad y el cambio.
La capacidad de cambio permite a las personas y a la pareja adaptarse a las modificaciones de la vida en común, y la capacidad para la estabilidad que permite desarrollar conductas equilibradas y armónicas, por las cuales se facilitan y aseguran los elementos que posibilitan el logro de un contexto familiar sólido y un proyecto perdurable.
Las personas son diferentes y su modo de reaccionar también lo es, por eso para algunos los actos de infidelidad son comparables a una diversión intrascendente, mientras que para otros (probablemente la mayoría) se constituye en una experiencia única, un hito vital, por el que atraviesa un antes y un después de la historia de la pareja, principalmente por la instauración del secreto y el ocultamiento consecuentes a los actos de infidelidad.
Si alguien se une a otro por interés económico, social, por presiones familiares, debidas, por ejemplo, a un embarazo indeseado, o por cualquier razón distante de una verdadera y libre elección afectiva, la solidez inicial del vínculo no es lo suficientemente firme y las relaciones extramaritales tienen más posibilidades de insertarse sobre esta débil trama afectiva y relacional.
Cuando la REM sucede, no ocurre simplemente porque de pronto apareció la opción y fue inevitable tomarla. Las cosas pasan de otra manera, y dependen de cambios y situaciones negativas que las parejas no advierten en forma debida. Entre otras, la falta de contacto emocional, de comunicación, la restricción de la intimidad, la sensación de esfuerzo para estar con la otra persona, las dificultades en la vida sexual, la falta de encanto en la vida en común, el aburrimiento, la imposibilidad de disfrutar el simple hecho de estar solos sin la inclusión de terceros, son algunos de los sucesos de la vida cotidiana que hacen tentadora la opción de infidelidad.
Cuando nuestro matrimonio comienza, todos llevamos a él una serie de expectativas y deseos que dependen en gran medida de los modelos y experiencias provenientes de las familias de origen.
El gran desafío resulta de las necesarias y mutuas adaptaciones entre las expectativas personales y las realidades de la vida cotidiana. Entre el sueño idealizado de una vida en común sin conflictos, y la adecuación a las características del otro, que no siempre es tan rápida y sencilla. En ocasiones, las tensiones se acumulan, haciendo creer que se ha cometido el más profundo error al casarse con alguien que empieza a sentirse como un desconocido.
La posibilidad de infidelidad se desliza por la brecha que establece la ausencia de una adecuada comunicación sobre los factores que generan una tensión no resuelta u oculta.
En este sentido la infidelidad es una adaptación disfuncional a las crisis de la existencia en pareja, y su denominador común depende de la insatisfacción personal.
E. Brown piensa que una REM es siempre una comunicación, un mensaje cifrado hacia el otro que no ha percibido el desarrollo de la conducta de alejamiento, por eso es que lo que se constituye en el eje central del problema, no es el acto de infidelidad en sí, sino la evitación o negación del conflicto.
La pregunta es ¿se puede plantear, en términos generales, a la infidelidad como una conducta elegida con libertad y claridad de conciencia? O acaso es un patrón de comportamiento inconsciente que apunta a quebrar el vínculo íntimo con la pareja, por la misma imposibilidad de sostenerlo?
Cuanto más trabajo con parejas, más creo que la capacidad de permanecer fieles es parte de un legado familiar, que se estructura firmemente apoyado sobre patrones sociales y culturales.
La experiencia clínica y el rastreo cuidadoso de los antecedentes familiares de las personas involucradas en relaciones extramaritales, muestran un modelo familiar de infidelidad, donde frecuentemente uno o ambos padres han sido infieles.
Si un paciente hace un árbol genealógico trigeneracional inscribiendo gráficamente todos los datos conocidos sobre las conductas de sus padres, abuelos, tíos y otros familiares directos (genograma), muchas veces descubre con sorpresa la historia de las infidelidades familiares, dato, que aunque vagamente conocido, no siempre se vincula a la propia conducta.
Las infidelidades familiares muchas veces son parte de los secretos celosamente guardados en el arcón de los recuerdos, inconscientemente encubiertos por vergüenza o temor, o defendidos como parte de las lealtades familiares.
Pero ¿por qué se tendría que buscar la fidelidad eterna? Si el amor sobre el que debiera sostenerse difícilmente se prolongue del mismo modo.
Entonces, aparentemente, encontrar la fidelidad depende de la decisión personal de obtenerla y de mantenerla sobre la conquista de un cariño perdurable a través del tiempo.
El gran problema que se nos presenta, es que en apariencia ni biológicamente, ni culturalmente estamos suficientemente preparados para permanecer fieles el resto de nuestras vidas, porque como se señalaba en el prólogo, la discontinuidad ha marcado las relaciones humanas en general y las sexuales en particular.
Esta confrontación entre un ideal de constancia y continuidad contra una realidad que marca los opuestos de inconstancia y discontinuidad, es lo que coloca a la decisión de permanecer fieles en una difícil encrucijada.

 

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