Dice un romance popular español anónimo:
“Un sueño soñaba anoche.
Sueñito del alma mía.
Soñaba con tus amores.
Que en mis brazos los tenía.”
Todos soñamos. Consciente o inconscientemente; algunos sienten estos actos oníricos como una proyección casi cinematográfica de sus deseos más ocultos, mientras que otros se confunden entre una maraña de símbolos indescifrables, que olvidan a los pocos minutos de despertar.
Sueños y fantasías se ubican en un continuo que entrelaza el dormir y la vigilia, ya que no son actos separados sino que ambos representan los deseos, los temores y las expectativas más secretas de las personas. Aparentemente los sueños están reservados a la noche, mientras que las fantasías se ejecutan en el día. Sin embargo, los contenidos pueden ser muy similares, con la diferencia de que la censura es más evidente cuando la conciencia está alerta. Ese censor interno opera como un timbre de alarma frente a ciertos contenidos que la sociedad, la cultura y el individuo estiman como inconvenientes, inadecuados o francamente patológicos, por lo que al soñar aparecen transformados o distorsionados en objetos menos peligrosos.
La capacidad de fantasear está directamente vinculada con la de imaginar, y esta es sin dudas una de las características distintivas de la especie humana. Desde la niñez, las fantasías han sido el vehículo de expresión de nuestros deseos más ocultos, algunos inocentes y otros perversos, algunos placenteros y otros terroríficos. Los niños expresan y actúan sus fantasías en forma más o menos explícita. Para los adultos ellas van adquiriendo una calidad marginal, la de algo que se admite pero a la vez se reconoce como un elemento inmaduro o incorrecto; sin embargo las fantasías sexuales se mantienen como una constante a lo largo de la vida. Algunas personas las integran como un factor de enriquecimiento de su vida erótica, mientras que otros las rechazan u ocultan por su cualidad perturbadora.
Las fantasías se expresan de diferentes maneras, pero es casi inevitable que aparezcan en forma de ensoñaciones diurnas, cual momentos fugaces en que el estado de alerta consciente disminuye y la mirada se vuelca hacia el mundo interior. O bien en el sueño profundo, que puede llenarse de imágenes excitantes.
Por vía de ejemplo, una persona – hombre o mujer- puede transformar un viaje en autobús en una ensoñación activa, donde el acompañante de asiento pasa a convertirse en un objeto de deseo.
La mayor parte de las personas cultivan en su interior fantasías sexuales ocultas y, a pesar de que la comunicación con su pareja sea más o menos fluida, se inhiben ante la posibilidad de transmitirlas, y más aún de compartirlas. Frecuentemente la gente inhibe sus fantasías por el temor a que ellas la conduzcan a un punto más allá de lo que la sociedad, la educación o las normas establecidas consideran «natural o adecuado», también se las reprime por temor al rechazo o al ridículo.
Lo primero que ha de tenerse presente es que el hecho de dar libre curso a la imaginación no implica el transformarse en un ser obsesionado por lo sexual. Más bien al contrario, el objetivo buscado al crear un medio donde sea posible compartir las fantasías mutuas consiste, en definitiva, en incorporar al juego sexual de la pareja los más íntimos deseos.
En este terreno -como en tantos otros- la posibilidad de compartir es la clave, y puede ser una experiencia distinta y muy agradable el animarse a relatar al compañero o compañera alguna fantasía que tal vez culmine en un juego apasionante y a la vez apasionado. Este juego del hagamos las cosas «como si nos las creyésemos» es lo que confiere a la fantasía su cualidad enriquecedora. Para ello, una técnica que ha dado muy buenos resultados consiste en escribir un guión con la fantasía sexual que se desea vivir. Se trata de imaginar la escena, pensando en los más ínfimos detalles, desde la ropa que querría uno vestir, pasando por la ambientación en la que desearía que ello ocurriera, hasta describir paso a paso lo que uno quisiera hacer… o que le hicieran. En rigor, el desafío principal consiste en abandonar la «seriedad» de la función sexual para disolverla en un juego que combina la espontaneidad infantil con la planificación adulta.
Para confeccionar un guión erótico interno hay que atender, primero que nada, a uno mismo. Ser consciente de las expectativas y los propios deseos. Ello parte de conectarse con las más profundas fantasías, para elegir entre ellas cuál se desea jugar con la pareja.
Sólo entonces hemos de buscar lápiz y papel y escribir todo ello lo más explícitamente posible. El paso siguiente es mostrárselo al otro. Y, si está de acuerdo, no queda más que jugar. Y disfrutar.

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