Pocos trastornos sexuales son tan comunes como la eyaculación precoz: un tercio de los varones sexualmente activos la padece.

En términos generales se puede afirmar que el eyaculador precoz es una persona que se excita sin ninguna dificultad, pero esto, lejos de procurarle un creciente y sostenido placer, culmina en una descarga abrupta y rápida. Al margen de que esto suceda antes o después de la penetración, el verdadero problema reside en que no puede demorar la respuesta, es decir, la eyaculación.

Las personas se preguntan cuándo se puede hablar de precocidad. ¿Es esto un problema de minutos? ¿O acaso depende del número de movimientos? Otros lo asocian a la respuesta de su compañera sexual y consideran precoz si eyaculan antes de que ella llegue a su orgasmo.

Se han realizado diferentes investigaciones sobre la clínica y la fisiología de la eyaculación, pero hasta el presente solo hay hipótesis que explican el problema sobre la base de un déficit en la regulación de los receptores de un tipo determinado de neurotransmisor llamado serotonina. Es por ello que se han usado medicamentos antidepresivos que como efecto secundario producen retardo eyaculatorio. Los laboratorios de especialidades médicas investigan para hallar un producto específico que actúe demorando el orgasmo masculino, sin producir efectos colaterales indeseados, como sequedad de boca, enlentecimiento etc.

Lo cierto es que, tratándose de una función voluntaria, lo relevante es el grado de conciencia que se tiene del momento en que se desea llegar al fin de la relación sexual, y no que ese fin llegue como un cortocircuito indeseado.

El problema suele estar presente en todas las relaciones del sujeto y con todas sus parejas a lo largo de extensos períodos, aunque se produzcan algunas excepciones que la persona no logra explicar, y menos repetir.

De acuerdo con mi experiencia clínica, he clasificado a estas personas en tres grupos diferentes. El primero es el integrado por los que llamo «egosintónicos», quienes se ven a sí mismos como sujetos normales y no exhiben ningún conflicto con su estilo sexual. Para ellos, la mujer equivale a un objeto sexual más o menos pasivo con el cual se satisfacen rápidamente, dando por terminada la relación con la eyaculación.

Correlativamente con esta actitud egoísta existe un tipo de mujer que acepta jugar este papel dependiente y completa la escena sin fisuras ni críticas, o si las tiene, las silencia. Suele fingir un orgasmo o simplemente acepta ser un mero receptáculo que participa de la relación genital sin mayor placer, probablemente porque ella también tiene dificultades sexuales no asumidas o negadas. En este contexto, el juego sexual resulta empobrecido y opera entre ambos un pacto de silencio que apunta a encubrir la existencia de un problema, el cual afecta ciertamente a la calidad de la pareja.

Existe un segundo grupo de varones que detecta su incapacidad de control consciente y la explica con cierta resignación como algo insatisfactorio pero inevitable, y que desarrollan actividades sexuales complementarias que tienden a compensar la falta de control, tales como una mayor estimulación manual u oral a la compañera, o los coitos repetidos. De esto resulta una actividad sexual menos limitada que la anterior, pero también condicionada en sus posibilidades, porque lleva a repetir una mecánica que deja de ser un juego para transformarse en obligación.

El tercer grupo está integrado por los «egodistónicos», porque detectan adecuadamente el síntoma y lo asimilan como un problema que afecta la armonía y el placer compartido.

El perfil clásico del paciente que consulta, desde el punto de vista de su evolución, es el de un hombre de entre 25 y 40 años, quien ha vivido varias relaciones sin mayor grado de compromiso y para el que la extrema rapidez con que alcanzaba el clímax no representaba un factor importante de perturbación. Posteriormente, y coincidiendo con la presencia de una compañera activa y sexualmente insatisfecha, aflora poco a poco una actitud de autocrítica, a partir de la cual se incrementan la ansiedad y la anticipación del fracaso.

El papel de la mujer en esta definición es clave. Por lo general, es ella quien, a través de sus conductas, señala la insatisfacción y lleva al varón a hacerse cargo de su descontrol.

Terapéuticamente se afirma que las soluciones inadecuadas acrecientan el problema, tal es el caso de aquellos que intentan reducir el síntoma pensando en otra cosa que los distraiga mientras tienen relaciones, o moverse lo menos posible, solicitando a su pareja que haga lo mismo. Del mismo modo son ineficaces los productos desensibilizantes.

Todas estas técnicas podrían ser de utilidad si nuestro personaje estuviese solo o con una muñeca inflable. Pero, como está con otra persona que tiene sus propias demandas, sus propios deseos y sus limitaciones, es casi inevitable que se hallen ambos encaminados hacia «un rumbo de colisión», tal cual habrá de ocurrir cuando la insatisfacción estalle.

Si, en cambio, ambos comprenden la situación que los afecta, pueden buscar una solución adecuada,  desde que las actuales terapias sexuales han construido un programa de entrenamiento para buscar un adecuado control consciente del momento en que se desee eyacular. El criterio de mejora o éxito depende de distintos factores, básicamente del compromiso del paciente con el programa y de su aptitud para reconocer los indicadores que su cuerpo le produce. Se afirma que el porcentaje de éxitos en este caso es alto -70 a 80%- y el número de sesiones reducido -6 a 8-, sin embargo y aún cuando estas cifras sean más o menos correctas resulta imprescindible definir cual es el criterio de éxito para el terapeuta y para el paciente.

Mi idea es que el verdadero éxito del tratamiento no consista en sumar un par de minutos a la relación sexual, sino en cambiar una relación basada en la ansiedad y el apresuramiento, para conducirla a otra, centrada en la propia capacidad de dar y recibir placer.

He escuchado numerosas veces en boca de pacientes la frase “Yo no me controlo porque soy muy caliente” o “muy sexual”, que es un poco lo mismo. Lo que estas personas confunden es excitación con aceleración, calentura con ansiedad. Todos podemos controlar concientemente nuestra eyaculación, pero para ello primero se requiere controlar la tensión interna que lleva inevitablemente a eyacular prematuramente.

El esquema terapéutico que desarrollo apunta a permitir a la persona adquirir habilidades específicas, a través del entrenamiento muscular de los músculos del piso pélvico, así como de una adecuada capacitación en el uso de la respiración más una afinada percepción del momento en que se acerca la eyaculación y por sobre todo de una articulación armónica con la pareja, que convierta aquel pobre monólogo en un diálogo fructifico.      

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