Esa noche, como en muchas otras noches parecidas, Claudia sintió la misma angustia. Se demoró lavando nuevamente una vajilla que ya estaba limpia hace rato. Los niños dormían y desde el dormitorio llegaba el sonido del televisor, supo que Alberto la estaba esperando despierto y que toda excusa para evitar una relación sexual iba a terminar en pelea. Se programó conscientemente para aceptar el encuentro, un poco enojada consigo misma por hacer tan difícil algo que en definitiva terminaba dándole placer.
-Yo no la entiendo. Un día cambió y dejó de ser la mujer seductora, divertida y apasionada de la que me enamoré.- dijo Alberto- sentado en la consulta psicológica, muy nervioso por que estaba mostrando su vida íntima frente a un desconocido. -Yo no creo mucho en estas cosas – siguió diciendo- pero me decidí a venir porque mi matrimonio se está acabando. La Claudia lo sabe; y lo peor es que nos queremos. Se quedó callado esperando una respuesta de su esposa que escuchaba con la cabeza baja. Después de un rato ella explotó:
– ¿Que quieres que haga? ¡No me dan ganas, aunque yo también quiero, no me dan ganas!
Esta escena en pareja representa a un enorme grupo de personas que sufren los efectos de la ausencia de deseo sexual. De acuerdo con las investigaciones clínicas el treinta por ciento de todas las consultas psicológicas en pareja se deben a esta razón, aunque muchas veces el motivo de consulta aparezca encubierto por hechos de la vida de relación que poco tienen que ver con lo sexual.
El deseo, para los individuos que lo poseen, es como el apetito; no se imaginan que un día pudieran despertarse sin ninguna gana de tomar un alimento, no se les ocurre que podrían buscar mil excusas para no acercarse a la mesa. Y la cama es para estas personas lo que la mesa es para el anoréxico.
El complejo fenómeno del deseo sexual se apoya sobre estructuras cerebrales y está regulado por neurotransmisores que lo exaltan o lo inhiben, pero estas formaciones no actúan automáticamente, sino que están relacionadas con todas las experiencias personales y con la historia individual, por ello es que es posible establecer diferencias entre los grupos que padecen su ausencia, dentro de una escala que comienza desde una ligera inapetencia hasta un total y absoluto rechazo de los contactos sexuales. Vamos a tratar de describir alguno de estos grupos:
En primer lugar están aquellos o aquellas que jamás se han sentido muy sexuales, ni han creído que el sexo es un elemento importante en sus vidas; a lo largo de su existencia han pasado por largos períodos de abstinencia y soledad. Se casan con la secreta esperanza de que esta particularidad no ocasione mayores conflictos, pero suelen equivocarse eligiendo a personas con deseos sexuales normales lo cual tarde o temprano llevará a dificultades en el matrimonio.
En segundo lugar están los que por una formación familiar o religiosa muy represiva o por haber padecido una experiencia particularmente traumática, se han convencido de que el sexo es algo oscuro y sucio por lo cual hacen todo lo posible para evitarlo, cuando ocasionalmente aceptan las relaciones sexuales estas ocurren rápida y mecánicamente.
En tercer lugar aparecen los que luego de un período en el cual disfrutaron de buenas relaciones sexuales han caído en inapetencia coincidiendo con una pareja en crisis, la falta de deseo revela en este caso la profundidad del desacuerdo.
En cuarto lugar se muestran los que a través de la falta de deseo revelan en forma inapelable el rencor y la rabia acumulada por una pareja donde el sometimiento ha sido la norma.
En quinto grupo coincide con aquellas personas que sufren de un proceso depresivo que anula sus capacidades de disfrute, no sólo del sexo, sino de la vida misma.
En sexto lugar aparecen los “trabajólicos” que todo lo hacen en pos de sus metas de progreso económico sin darse cuenta de lo que dejan en el camino, su vida de estrés permanente afecta el deseo.
En séptimo lugar están los que han encontrado otro destinatario (a) del deseo erótico, y no es que carecen del, sino que su objeto de deseo ha cambiado.
En octavo sitio, que tal vez debiera colocarse en el primero por su carácter común, está el grupo que no desea por frustración, por desatención o simplemente por no sentirse queridos; este no es un fenómeno exclusivo que afecta a mujeres porque refleja a todos los que recuerdan una historia de amor y erotismo que se fue apagando con el tiempo; la química sexual que unía a la pareja se ha desvanecido.
Todos coinciden en sentir que el encuentro sexual termina por ser una exigencia a la que deben someterse para evitar males mayores o enfrentamientos personales.
Frente a la ausencia de deseo la más malsana de las reacciones es la presión, la recriminación o el enojo, de ellas solo surgirá mayor resistencia y dolor. Hay que entenderla como una reacción vivencial que representa un evidente alejamiento o un modo inconsciente de mostrar los conflictos personales o de la relación; por ello es que la falta de deseo siempre debe ser tenida en cuenta y evaluada como un factor de riesgo tanto para la armonía individual como de la pareja. No hay que confundirse atribuyendo esta carencia a bruscos desniveles hormonales, ni aceptar remedios mágicos para el desamor. Dice un refrán popular “donde fuego hubo cenizas quedan” y aunque reavivar las cenizas dormidas no es una tarea sencilla, con dedicación, tolerancia y ayuda es posible lograrlo.