Las personas desean desear, sin embargo este anhelo que aparece como natural y universal, es un ideal contemporáneo. El deseo sexual, por el contrario, fue considerado por siglos como un peso más que un atributo positivo. Como un encadenamiento a la materialidad de la carne que limitaba o francamente se oponía a la espiritualidad. Esta premisa cuyo origen se sustentó en el platonismo y en el neoplatonismo marcó la historia del pensamiento occidental, y no solamente en el plano de la filosofía o de las religiones sino también en las ciencias.
Hoy en cambio, el deseo sexual aparece en el discurso social como un imperativo categórico, y su ausencia como signo evidente de desconexión sensorial y afectiva.
Las personas desean lo que su cultura y su circunstancia histórica les dicen que deseen. Y entran el conflicto cuando no lo logran o cuando la pauta de sus deseos difiere de la normatividad imperante.
Las personas creen firmemente en la fuerza natural que reside en ellos, y que debiera fluir espontáneamente si las circunstancias lo favorecen.
Hablan de una química sexual, de una danza de hormonas que se colocan por encima de toda restricción. De un impulso sensorial inacabable.
Un cóctel de hormonas, neurotransmisores y emociones descontroladas.
El deseo se sitúa de esta manera como el motor de toda actividad erótica y sexual sin el cual nada parece posible.
Se afirma, y no sin razones convincentes, que el principal problema que enfrentan las parejas en su vida íntima es la inhibición del deseo sexual, junto con este y en estrecha conexión se encuentran las discrepancias en torno a las demandas sexuales de cada uno.
Irónicamente se podría aseverar que este es el destino inexorable de las parejas después de una década o más de convivencia, sin embargo no son estas precisamente las uniones más agudamente afectadas por el problema. Los años llevan a una cierta resignada aceptación, pero al fin y al cabo válida para continuar juntos. El deseo puede ser negociado, pero ello tiene un costo que no siempre las personas están dispuestas a pagar.
Para los jóvenes que comienzan sus vidas compartidas pletóricos de expectativas los problemas con el deseo sexual abren escenarios mucho más complejos, porque en contrario con lo que comúnmente se piensa no es el aburrimiento, ni la edad los factores centrales que afectan el deseo sexual.
El deseo y la satisfacción aparecen como los núcleos centrales de la vida erótica, porque de ellos dependen la vitalidad y espontaneidad de cada encuentro. De allí que cuanto más tempranamente se produzcan las dificultades, generalmente dentro de los 3 primeros años de matrimonio, más negativo es el panorama del vínculo, porque una de las principales funciones de la sexualidad en la pareja es crear placeres compartidos.
Una de cada tres parejas se confrontará con este problema, en grados diferentes, y con distintas consecuencias para su relación afectiva.
Como terapeuta de pareja, puedo afirmar que los problemas que surgen en la vida compartida casi siempre se refieren a los modos en que ambos manejan los inevitables conflictos que se generan en la coexistencia. Cuando estos provienen del terreno sexual, las diferencias pueden generar emociones dolorosas, incomprensión, rechazo, resentimiento.
Nadie es inmune al rechazo, especialmente cuando este proviene de una persona querida, no estoy hablando de un hecho circunstancial, sino de una constante que se inserta crónicamente en la interacción erótica.
El deseo de ser deseado por quien uno desea es poderoso, y cuando no ocurre se produce un vacío difícil de llenar. La insistencia en la búsqueda de una respuesta positiva se agota con el correr del tiempo, de allí que las personas se refugian en una distancia que los protege del sufrimiento.
-Apago mi deseo para dejar de sufrir por ti-
La brecha que se produce a través de esta acción distancia cada vez más a la pareja, tanto en lo emocional como en lo corporal.
La persona (el o ella) que tiene bajo deseo sexual piensa que el otro es hipersexual, la persona con mayor deseo piensa exactamente lo contrario.
Una mecánica reiterada lleva a establecer un registro acerca de la frecuencia sexual, como elemento demostrativo de la excesiva o insuficiente dosis de sexo presente en la vida de la pareja. ¿Cuántas veces a la semana? ¿Al mes? ¿Al año? se tienen relaciones. Es obvio que la frecuencia nada dice acerca de la calidad del encuentro, pero los cónyuges se sirven de este argumento estadístico para demostrar al otro el estado calamitoso de la relación.
El sexo aparece más como una tarea que como un juego.
Los contactos eróticos obedecen a una mecánica predestinada a lograr la suficiente excitación que conduzca al coito.
La vida sexual se rige por un calendario, donde la presión determina los encuentros.
Otro recurso deviene de la comparación entre la propia vida sexual y la de otras parejas cercanas.
Aquí quisiera parafrasear un conocido refrán y decir: Dime a quién le preguntas y te diré que respuesta vas a encontrar. Esto se hace evidente cuando una mujer afirma que “todas, pero todas o casi todas sus amigas no reciben sexo con la intensidad o la frecuencia con que lo desean”, en la acera opuesta otra mujer puede aseverar “ que a casi todas sus amigas le sucede que la demanda sexual que les plantean su pareja es superior a sus expectativas”.
Un ejemplo permitirá presenciar desde el sitial privilegiado del lector o lectora, como los problemas del deseo se distribuyen en una gama muy amplia, aunque con algunos factores comunes.
Tomás tenía 36 años cuando llegó a la consulta, seis años de matrimonio mas dos de noviazgo. Su deseo sexual había desaparecido.
Siempre que aparece un problema definido con tanta claridad, la entrevista se orienta a detectar los factores que determinan esta reacción. Mi experiencia me hace creer que por lo general logramos encontrar en la maraña confusa de datos que presentan los consultantes, aquellos elementos significativos que nos permitirán comprender la situación y a veces generar soluciones.
Ejemplo: Para Tomás no era una experiencia desconocida, en otras parejas le había sucedido un proceso similar, pero no con la intensidad actual.
Su mujer, Patricia, tenía 28 años. Su actitud frente al problema había transitado por distintas reacciones. Sorpresa, ira, enojo, hasta llegar a una silenciosa resignación.
Lo paradójico aparente de esta pareja es que en el inicio de la relación su vida sexual era en palabras de Tomás: “algo de otro mundo” “hacíamos de todo y en todo momento”, sin ser tan enfática Patricia concuerda en que las relaciones eran intensas y placenteras.
Aquí, en este tramo de cualquier entrevista, suele aparecer la curiosidad y la pregunta por las razones por las que algo, definido como intenso y placentero deja de serlo y transita hacia la distancia emocional y corporal.
Por sentido común, se puede entender que la primera reacción de cualquiera que esté involucrado en un problema se dirige a identificar el porqué, como y cuando se produjeron las circunstancias que llevaron al conflicto. Lamentablemente este proceso no es tan sencillo, porque cualquier hipótesis explicativa está cargada de subjetividad y cada cual enfatiza aquellos aspectos en los que cree firmemente. En ese acto de producir lo verdadero, las personas suelen bloquearse defensivamente y se cierran a la diferente visión que el otro puede tener sobre el origen y las razones por las que el problema se inició y por las cuales persiste.
Para Tomás su distancia comenzó a raíz de las reiteradas peleas que comenzaron a tener, por razones poco definidas, pero explicadas a partir del “carácter fuerte de los dos”.
Tomás la considera oposicionista, rebelde y furiosa. Patricia, aunque no se define “como un angelito”, “sino como fuerte e independiente” señala que sus reacciones de pelea, gritos e insultos, siempre tenían que ver con el estilo seco e irónico que el utilizaba “casi porque si”. La dinámica de los conflictos producía una asombrosa rotación donde el acababa por sentirse maltratado y aplastado por ella. Su repliegue físico y emocional, la distancia severa sin palabras, terminaba por producir interminables arrepentimientos y disculpas por parte de Patricia.
Este circuito repetido se terminó en un cierto momento, tal vez por fatiga, pero las secuelas se siguieron expresando en una convivencia “de amigos”, sin sexo, ni contacto físico explícito.
En el momento en que llegaron a terapia, no había entre ellos ironías, maltratos o gritos, sino una relación de cariño fraternal, cómplice y entretenida.
Ninguno de los dos expresó un deseo de separación. Pero era evidente que ese fantasma flotaba amenazadoramente sobre su proyecto marital.
El conflicto silenciado se expresaba de modos distintos en cada uno.
En Patricia a través de la negación de la importancia de la vida erótica: “Yo lo amo y puedo vivir sin sexo”. Esta afirmación puede ser cierta para algunas personas, pero aquí expresaba una opción desesperanzada. Un dolor resignado ante los rechazos reiterados a sus aproximaciones sexuales.
En Tomás se comenzó a expresar en tensiones musculares, jaquecas reiteradas, trastornos de ansiedad. Lo que le llevó a sucesivas consultas médicas, y al uso de ansiolíticos y antidepresivos.
Después de dos años de casi ausencia de relaciones sexuales, Tomás se asume como responsable del distanciamiento. Ya no puede explicarse su desinterés. ¿Será que ella ya no me atrae como antes?, pero esta pregunta, posible para muchos, demanda una respuesta creíble, y él, en el fondo no está convencido de que sea cierta. No quiere perderla, y no imagina un matrimonio sin sexo, sin hijos, sin deseo. Sabe que hay un bloqueo en su capacidad amorosa, pero ignora la razón. Quiere cambiar, pero no sabe de que modo hacerlo.
Como terapeuta entendí que ambos estaban atrapados en una historia de resentimiento, en un pasado odioso que dejó secuelas expresadas en el distanciamiento erótico. Lo complejo era el modo en que ambos estaban compensando este vacío a través de una relación de compañerismo. Eran dos seres heridos que no entendían como sanar el daño, pero que tampoco querían perderse mutuamente.
Lo doblemente complejo era construir un camino de reencuentro amoroso sensual, obviando cualquier tarea típicamente sexual para la cual no existía viabilidad, si no se lograba primero una modificación en las corazas emocionales defensivas.
Cuando como terapeuta formulamos una hipótesis explicativa en el marco de una terapia con objetivos, deberemos tratar de que las acciones que se proponen sean congruentes con ella.
En este caso la línea por la que opté fue la de significar el conflicto expresado por Tomás dentro de la cerrada y belicosa tendencia que había caracterizado a la pareja en sus inicios. Las fuerzas confrontadas allí, se corporizaban en dos estrategias diferentes: la de Patricia en su violencia emocional, la de Tomás en su distanciamiento.
Patricia cambió, desistió de la fuerza y el conflicto; pero eso no fue suficiente para él. En su interior la pelea continuaba y alimentaba su defensa, el temor irracional que lo atrapaba era ser vencido, pero el costo personal de esta determinación era su ansiedad constante.
Recuerdo un momento específico en la terapia que marcó el principio del cambio en la actitud de Tomás. Recuerdo que le dije algo así como:
-Bueno, tu ganaste, ella cedió, pero ¿estás dispuesto a asumir el costo de seguirla derrotando todos los días? Cada vez que no la deseas la golpeas de forma infinitamente superior a lo que ella hacía con sus gritos e insultos-.
Es evidente que un señalamiento aislado no determina una sanación espontánea y automática, pero cuando es aceptado por el paciente abre el camino para otras propuestas. Eso es lo que sucedió lenta, pero persistentemente en Tomás. Lo que reinstaló también en Patricia el deseo de buscarlo.
La terapia del bajo deseo sexual es posible y eficiente, siempre y cuando no se cometan dos errores básicos. El primero por minimizar el valor que una buena vida erótica tiene para la cohesión de la pareja; el segundo por dejar de lado el peso de los conflictos de pareja en el distanciamiento sexual.
Ambos elementos deben ser tenidos en cuenta para lograr una adecuada propuesta de trabajo que le permita a la pareja superar uno de los escollos más duros que se le presentarán a lo largo de su proyecto vital.