Celos y celoso/as.
Cuando el inmortal e irracional Otelo mata a la bella Desdémona, lo hace sin dudar de su amor por ella, pero el veneno de los celos, inoculado por el pérfido Yago, es más fuerte que su razón. El delirio que lo lleva al asesinato se llamaría hoy en términos científicos “celotipia”, situación límite que lleva a un sujeto, varón o mujer, a una cerrada obsesión, que no conoce de remisiones clínicas, y que en su extremo patológico puede conducir al deseo de castigar al otro hasta la muerte. Afortunadamente no todos lo celosos crónicos llegarán a ser homicidas, porque este fenómeno se distribuye en un continuo que va de los escozores menores a las pasiones asesinas, aquellas que fascinan a la prensa amarilla, y que se expresan en titulares tales como: “Mata a su amante y luego se suicida”.
En términos de género los hombres son más proclives a ser desconfiados, posesivos y violentos que las mujeres (aunque también ellas pueden padecerlo) por eso es que manifiestan más a menudo un comportamiento descontrolado cuando creen o sospechan que su pareja está interesada en otra persona. Las señales para dudar de la fidelidad son completamente subjetivas. Basta una mirada captada al azar, una conversación interesada, o ser objeto de atención (a veces simplemente cordial) para que se dispare la reacción. En ocasiones ni siquiera se hace necesaria la presencia de otra persona; porque el celoso ata cabos, establece relaciones, compara horarios, controla las relaciones sociales Siempre se lo ve alerta para detectar lo que él imagina como indudable, esto es, que se lo esta engañando; esta presunción opera como un patrón irracional sobre el que no actúan los llamados al sentido común o los argumentos en contra, propios o ajenos. Es sumamente corriente que las personas celosas se arrepientan y juren por lo más sagrado, que nunca más volverán a repetir escenas escandalosas o violentas, pero su decisión es tan efímera como su confianza, y lo más probable es que la acción se reitere.
El origen de la palabra celos proviene del griego zelos, derivada de zeo, “yo hiervo”. De acuerdo con el diccionario, el término da cuenta de la inquietud y la envidia producida por la relación afectiva de la persona amada con otras personas.
Desde un punto de vista evolutivo, se sostiene en el ansia de mantener la exclusividad de los favores sexuales de la mujer deseada, lo cual –y aunque parezca inverosímil- representó un avance en el grado de interés del macho por la hembra.
Los celos no nacen espontáneamente de un día para el otro: son una conducta aprendida desde la infancia y se apoyan en una actitud posesiva y en la certidumbre emocional de que se es menos amado y considerado por el otro.
En ciertos contextos familiares, pueden ser considerados como “normales”. Por ejemplo, cuando se dan entre hermanos se los justifica como lógicos y naturales, cuando en realidad lo único natural es la anti-naturalidad que impide compartir sin tensiones. Es un problema cultural derivado del individualismo y la posesividad, en función del cual las personas se autoevalúan positivamente en la medida que reciben, de acuerdo con el axioma: “Si soy amado, valgo más”.
El celoso crece padeciendo el dolor emocional de la pérdida o el júbilo irracional por la posesión. Cuando constituye una pareja acarrea con él su inseguridad emocional, la angustia de la incertidumbre, y el miedo ante el abandono. Sus fantasías lo invaden y ve fantasmas terroríficos a su alrededor, existe una desoladora certidumbre de que sus sospechas finalmente se verán comprobadas.
Estas conductas aparecen envueltas y justificadas en lo que llamaríamos un “amor desmedido”, pero esto es en sí mismo un contrasentido, porque el amor implica generosidad y entrega, lo que aparece totalmente diferente del control desmesurado a que somete la persona celosa al objeto de su amor.
El otro miembro de la pareja puede ceder – ante las demandas y exigencias del otro- sus espacios personales y su independencia, en un esfuerzo desesperado por estabilizar la situación, pero estas soluciones son insuficientes y transitorias, ya que es poco probable que la persona logre aislarse de todo contacto social y familiar para neutralizar las ansiedades del celoso.
Se piensa que el mayor riesgo de esta presión reside en inducir la misma conducta que se teme, es decir, que simplemente por hartazgo o como un gesto de libertad, se llegue al engaño, pero aún cuando esto nunca suceda, y las parejas logren perdurar a pesar del pesado clima emocional que se desarrolla, quedan en su memoria – como secuelas imborrables- las múltiples escenas de hostigamiento.
Puede entenderse a estas escenas como arrebatos juveniles, y creer que con el tiempo y la estabilidad, llegará el día en que los celos disminuyen espontáneamente, sin embargo a veces sucede todo lo contrario, y se acrecientan con la edad. Pocas escenas son tan tragicómicas, como presenciar la certidumbre de un venerable caballero de “tercera edad”, que pretende convencer a su familia de las infidelidades pasadas y presentes de su legítima y también venerable esposa.
La conducta de celos no cesa, porque es patológica, y se sostiene sobre un pensamiento obsesivo. El celoso debe comprender que lo suyo no es una pequeña manía, sino una enfermedad profunda que afecta tanto su vida personal, como cualquier proyecto relacional, desde que el elemento principal que sustenta las parejas armónicas es siempre la confianza.
Secretos para convivir con un celoso(a)
1° Los celos son comunes; no los considere siempre una
enfermedad
2° Dígale que no hay nada malo en admirar a otros
3° No tome en serio sus escenas, recriminaciones o
acusaciones
4° Demuéstrele que los celos sólo los distancian y
dañan
5° Los celos son irracionales; no pierda tiempo
tratando que entienda razones
6° Enséñele que los celos son signo de inseguridad y
no amor
7° Hágale ver que los celos son una obsesión
8° Frente a una escena, no dé explicaciones
9° Nunca crea en su arrepentimiento
10° Si su pareja nunca ha sentido celos, preocúpese…
quizás está más interesado en sí mismo que en la
relación.