¿Quién no ha experimentado alguna vez las maravillosas sensaciones que acompañan al descubrimiento amoroso? Esas inolvidables emociones que se localizan en todo el cuerpo: en la garganta anudada, la respiración entrecortada, el corazón palpitante y desbocado, las ideas confusas. Desde un punto de vista racional, este conjunto de reacciones no es más que la consecuencia de una especie de tormenta cerebral, desordenada y caótica, mientras que desde un punto de vista poético es el eje de partida de lo más humano entre las cosas humanas, que bien definió Gonzalo Rojas, cuando dice:

¿QUE SE AMA CUANDO SE AMA?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Que se busca, que se halla, que es eso: Amor?
¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes?
O ese sol colorado que es mi sangre furiosa
Cuándo entro en ella hasta mis últimas raíces.

La palabra enamoramiento debiera ser reemplazada por otra expresión de raíces más descriptivas, como embeleso o fascinación, porque en verdad poco tiene que ver con el amor como estado, sino más bien con la atracción intensa y con las reacciones psicofisológicas que la acompañan. Culturalmente, a través de nuestra educación, estamos acostumbrados a aceptar que toda relación amorosa se inicia de esa manera, intensa y visceral, y que sobre este prólogo se enlazan luego emociones más tiernas y sutiles. De ese modo enamoramiento y amor parecen ser partes de un continuo, y que donde uno termina seguiría el otro.

Sin embargo, quisiera plantear al embeleso y al amor como dos fenómenos diferentes, como dos modos de vínculo que expresan distintas expectativas con respecto al otro como objeto de deseo, y que de modo alguno garantizan la continuidad del vínculo.
Bien por el contrario, las personas que pretenden mantener ese nivel encuentran difícil sostener la exaltación permanente que caracteriza a los primeros momentos del encuentro.
¿Quién podría sostener el estado que describe el inmortal Romeo?

“Loco, no; pero más atado que un loco, aprisionado, falto de mi sustento, azotado y atormentado”

Existen seres que buscan a través de su vida esos estados como paradigma del goce amoroso, y saltan de una relación a otra dejando en el camino los corazones heridos de los ingenuos que creyeron en el futuro de esa relación.
Otros se resisten a vivir esas experiencias, porque temen perder el control de sus emociones, y sentirse esclavos de la pasión, prefieren por ello relaciones mas equilibradas y seguras.

Entre estos dos grupos, existe un tercero que tal vez compongan la mayoría de los mortales, que recordará con nostalgia a aquella mujer o a ese hombre quien supo despertar este caos, esa dolorosa dulzura de sentirse embriagado sin límites. Esta experiencia puede repetirse en diferentes ocasiones, con distintas personas, y a edades diversas; y en cada ocasión el deseo íntimo es que se prolongue hasta el infinito, aunque la cruda realidad científica demuestre que la capacidad humana para sostener ese nivel de intensidad difícilmente alcance más allá de unos meses. ¿Y entonces que? ¿Cómo continúa esta historia? ¿Habrá tal vez un modelo de pareja mítico capaz de prolongar los deleites del embeleso al interior de una pareja estable?

He conocido muchas personas, devoradas por la nostalgia del recuerdo de alguna relación que produjo en sus vidas esa marca indeleble, y que inconscientemente comparaban con su relación presente.

Afirma un principio psicológico, que tendemos a recordar con mayor intensidad los sucesos pasados e incompletos que los presentes, y que la memoria en ese caso actúa tramposamente porque solo recupera los elementos pasionales de antaño, omitiendo precisamente aquellos elementos por los cuales la relación no persistió.

El enamoramiento es como la embriaguez, pero uno no puede (¿o no debe?) pasarse todo el tiempo embriagado, a riesgo de perder la estabilidad personal, pero tampoco la sobriedad permanente parece una receta adecuada, si lo que se desea es mantener una relación vital y entretenida.

Tal vez lo más apasionante del enamoramiento sea el misterio que lo rodea, porque no hay recetas para producirlo, ni para mantenerlo. Entonces seamos sensatos y dejémoslo allí, como un evento mágico e intraducible en términos psicológicos, reservado al ámbito de las experiencias que se reservan en un rincón de la memoria.

Para que dos personas lleguen a enamorarse deben generarse ciertas condiciones mínimas: atracción física, complementariedad, proximidad, deseo de permanencia junto al otro. Aún cuando es real que algunas personas llegan a enamorarse sin que necesariamente se cumplan todos estos requisitos, también lo es que nadie se enamora de quien, por una u otra razón, le produce desagrado.

El enamoramiento es una experiencia emocional intensa que lleva a involucrarse profundamente con otra persona: ha sido descrita como el modelo habitual de una relación de índole esencialmente adolescente; sin embargo, ella puede repetirse una y otra vez con distintas personas y a veces con la misma, en el curso de la vida sin límites de edad.

 

 

 

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