ERES INFANTIL

En medio de una discusión de una pareja es común escuchar:

¡Eres absolutamente infantil!

Esta frase dicha en tono violento y acusatorio, representa una descalificación, un modo de decirle al otro que sus conductas no están a la altura de su edad cronológica, mental o afectiva.

Pero ¿Qué quiere decir ser infantil? ¿Acaso permanecer como un eterno niño, en un estado crónico que alguno ha denominado “síndrome de Peter Pan”? Para entender el tema es necesario introducir ciertos conceptos aclaratorios.

Desde el punto de vista de la psicología evolutiva existen etapas o estadios que se suceden desde el nacimiento hasta la madurez. En este proceso se combinan cambios de orden corporal, intelectual y afectivo, que se proyectan de modo tal que de su integración depende la capacidad de cada individuo para desarrollar relaciones adecuadas consigo mismo y con su ambiente social.

Cada etapa es original, pero también mantiene elementos históricos, es decir de lo ya vivido, lo nuevo se constituye así con fragmentos de las experiencias pasadas –que en verdad jamás son totalmente olvidadas – a las que se suman las experiencias presentes más las visiones de un proyecto futuro; de este modo, pasado, presente y futuro se enlazan y entrecruzan en cada paso evolutivo.
Crecer es un salto hacia delante ininterrumpido, que permite comprender los problemas que formula la vida cotidiana, y también las distintas soluciones a los desafíos que presenta el desarrollo individual. Cada momento de cambio comporta una ganancia, pero también una pérdida.

Sin embargo, esta continuidad está sustentada sobre una base frágil, y es amenazada por distintos factores que pueden coartar la evolución normal.

He adoptado la palabra “vandalización”, para hacer referencia a las devastadoras consecuencias que tienen en el psiquismo infantil los traumas tempranos. Es en este sentido que el psicoanálisis describió las detenciones y fijaciones del desarrollo psíquico, ampliándolas con el concepto de regresión. Es decir, que cualquier evento que por sus características de intensidad emocional produzca un impacto mayor sobre el infante, puede determinar que la fluidez del desarrollo psíquico se perturbe, y con su cauce obstruido éste se desvíe hacia senderos confusos o francamente perturbados.
No siempre el dolor y la frustración son los responsables del conflicto, sino que también la excesiva gratificación puede tener este poder de deterioro en la normal evolución psicológica.

Es como si una parte de la personalidad quedara estancada en un espacio virtual, donde el tiempo está detenido, mientras que otras funciones continúan su progresión ascendente, de este modo el psiquismo del individuo evoluciona en forma fragmentada.
En algunos aspectos de su ser estas personas no se diferencian del resto de sus congéneres, mientras que en otros planos se muestran completamente infantiles; sujetos que tienen una vida laboral exitosa, que pueden ser admirados por su madurez y responsabilidad en el espacio de trabajo, se revelan incapaces de soportar responsabilidades en su vida afectiva o familiar.

O demandan atenciones permanentes, como si constituirse el centro de todas las atenciones fuese el natural destino de estos personajes, que son capaces de competir y de celar con quienes les quitan parte de lo que sienten como derechos inalienables.
Los niños juegan, pelean, compiten, lloran, se angustian, creen en mundos de fantasía e ilusión, aman y desean; Y cuando crecen empiezan a entender los límites entre el sí mismo y el otro, entre las necesidades propias y las del otro, que son las condiciones fundamentales para el amor maduro.

Lamentablemente el paso de los años, por si mismos, no otorgan esa anhelada madurez, y muchas personas se quedan como “pegadas” a estilos de relación infantiles, que jamás han superado.

Un individuo debe elegir conscientemente ser un adulto y trabajar para ello, desarrollar capacidades de compromiso, responsabilidad, empatía (por mencionar solo algunas), que comportan el abandono de la dependencia y seguridad de una niñez protegida.
El Síndrome de Peter Pan personifica al sujeto que nunca ha crecido, y que se refugia en un mundo de fantasías donde cualquier deseo es satisfecho, y nunca se exige nada más allá de la propia voluntad.

Existen parejas que coinciden complementariamente en este modo de interactuar, sus carencias individuales nunca son asumidas como un déficit, sino que miran al otro como un suplemento que viene a completar aquello que no se tiene. Son los que típicamente buscan en la pareja a un sustituto de un padre o una madre, que provea aquellos elementos de cuidado emocional de los que carecieron o que por sobreabundancia de protección los convirtió en seres débiles y dependientes.

El gran problema de estas parejas se produce cuando alguno de los dos decide cambiar las reglas de juego, y proponer maneras diferentes de actuar. Esta alternativa, en lugar de ser vivida como un desafío de crecimiento se interpreta como abandono o traición.
Para crecer es indispensable entender que las necesidades infantiles deben dar lugar a la alternativa de compartir, porque esa es la verdadera ganancia y el único modo de ser maduro en el mundo de la pareja.

Por Roberto Rosenzvaig

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