Cuando se habla de amor surgen todo tipo de asociaciones románticas, pasionales, de éxtasis y también de sufrimiento, porque si existe alguna emoción compleja que nos puede hacer recorrer todos los caminos desde el éxtasis a la agonía es precisamente eso que llamamos amor.

Voy a dejar conscientemente de lado al amor solidario, altruista o parental, para centrarme en los aspectos pasionales. Esos que comienzan con un estado de conmoción que Deborah Tannen llamó embeleso y que otros han llamado irónicamente una enfermedad aguda, grave, pero afortunadamente transitoria. Lauri Anderson (una cantautora) dijo que era “un virus del espacio exterior”

Recordemos estas sensaciones que todos, o casi todos, hemos experimentado alguna vez en nuestra existencia, territorio que los poetas universalmente han inmortalizado y que los científicos han explicado de acuerdo a la interacción de ciertas sustancias químicas llamadas neurotransmisores o neuromediadores, especialmente la dopamina, las endorfinas o encefalinas y la serotonina, que actúan sobre determinadas zonas de nuestros cerebros produciendo todas las sensaciones y emociones que asociamos con el amor.

Sin embargo- y para evitar confusiones- lejos estamos de ser mecánicamente influenciados por la acumulación de una determinada sustancia en el sistema límbico, por ejemplo, que es de todas las agrupaciones subcorticales la más específicamente relacionada con las emociones.

(A quién quiera profundizar le recomiendo el libro de Helen Fisher “Por qué amamos” o el de Jared Diamond “¿Por qué es divertido el sexo?”).

Sin nuestras experiencias, nuestras expectativas, nuestras aceptaciones y rechazos, nuestros anhelos etc. La química cerebral solo es un eco distante. Somos nosotros los que trasformamos una experiencia amorosa en un acontecimiento señalado o en un pálido evento circunstancial.

El amor llega a nosotros, se queda entre algunos, y para la mayoría llega y se va o se transforma en otro tipo sentimientos más ligados a la ternura, algunos vuelven a intentarlo con otras personas porque no se resignan a perder esa experiencia vital. Pero hay un grupo que sólo anhela que se repitan las emociones asociadas con la intensidad, una y otra vez, hasta el infinito “y más allá” (como decía el personaje de Toy Story).
Son los que se han dado en llamar adictos al amor.
¿En que se diferencian de los mortales comunes? ¿Qué los hace quedarse adheridos a un cierto tipo de emoción? ¿Pueden compararse con otras adicciones?

Si acepto –aunque con dudas- la idea de que existe una adicción amorosa, dentro de las adicciones comportamentales, es decir en las que no está presente ninguna sustancia, tendría que compararla con otras como la adicción sexual o al juego o al trabajo.
La diferencia entre la adicción amorosa y la sexual –aunque ambas compartan el componente erótico- reside en que los que buscan el amor quieren vibrar y emocionarse con cada experiencia sin disociar sexo y amor, característica principal de los adictos sexuales.
Para entender su búsqueda hay que precisar en primer lugar los rasgos obsesivos de estos sujetos, en segundo lugar hay que tener en cuenta la ansiedad que reflejan en su accionar, se diría que más que a una persona ellos buscan una serie de reacciones intensas, alguien que les produzca una conmoción, un zapateo hormonal, un nudo en la guata, mariposas en el pecho, violenta tensión. En términos clínicos se diría que transitan en un territorio alucinado, por eso se distancian decepcionados, porque no son capaces de sostener esa intensidad.

Se confunden porque creen que en algún sitio ocurrirá el milagro, se engañan porque esperan que aparezca un ser mágico del cual permanecerán eternamente enamorados, se pierden porque no reconocen que el ser idealizado está dentro de ellos mismos no afuera.

Los adictos al amor persiguen un espejismo, por eso están condenados a la frustración. Pueden intentarlo en infinidad de ocasiones y siempre el resultado será similar, porque el tipo de amor que buscan es imposible de sostener.

Finalmente debo decir que no creo que haya adictos al amor, sino seres adheridos a un conjunto de respuestas neurofisiológicas que poco tiene que ver con el amor, sino más bien con un coctel que combina sensaciones, ansiedad, obsesión, idealización, hielo molido, azúcar y alucinación. Algún lector podría señalar que esas emociones son las que caracterizan al enamoramiento fulminante, y no estaría lejos de la verdad, la diferencia es que para la mayor parte de los seres humanos ese enamoramiento puede ser el prologo de un sentimiento más profundo, en cambio, para los personajes que describí representan los ingredientes únicos, que cuando se apagan, el interés desaparece.

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