El verano no sólo es época de vacaciones, sino también de nacimientos. En general, las parejas buscan que su retoño asome su nariz al mundo en un clima templado, por ello desde el inicio de la primavera los nacimientos se multiplican.

Este proceso, que comienza en el parto, se continúa en los días siguientes, envolviendo a la nueva madre en un vertiginoso mundo de experiencias diferentes, y aunque no sea el primer hijo, la reiteración de las circunstancias que rodean la crianza hacen que la llegada de un niño desafíe la capacidad de adaptación individual y de la pareja.

En la mujer, los cambios se manifiestan tanto en el ámbito físico y psicológico como ambiental. Su cuerpo ya no es el continente del ser con el que ha mantenido un vínculo simbiótico durante nueve meses, pero guarda las huellas del largo proceso de gestación y parto. Su sistema hormonal cambia drásticamente en los tres días siguientes al parto, los niveles de estrógenos y progesterona descienden a un nivel que se aproxima a los de las mujeres posmenopáusicas. El volumen de sangre disminuye en un 30%, lo que se acompañía de gran cansancio físico. En ese período se suman las molestias físicas provenientes de la episiotomía o de la cesárea, que pueden durar varios meses.

Todo este proceso combina ganancia y pérdida, alegría y tristeza, compañía y soledad. Cobran fuerza sentimientos depresivos, para los cuales los ingleses han encontrado un nombre exacto: los llaman baby blues, lo que equivale a decir «tristezas del bebé», que coinciden -aunque no son causalmente determinados- por los cambios hormonales que producen la aparición de la leche materna. Los grados en que esta reacción depresiva afecte a la madre varían desde un ligero malestar anímico hasta depresiones graves, y aun síntomas sicóticos.

Los meses siguientes están signados por las necesidades alimenticias y de cuidado general que genera su majestad, la guagua. Noches de sueño interrumpido, interminables y agotadoras. La pareja y sus necesidades específicas quedan desplazadas hacia el hijo, por ello no es casual que se considere al nacimiento como uno de los puntos de mayor cambio y distancia emocional en la historia de la pareja.

El cuerpo maternal ya no es el mismo. Sobrepeso, estrías, cambios que aunque no sean relevantes en sí mismos, pueden producir dificultades en la persona y su autoimagen. Mientras muchas mujeres se adaptan sin conflicto ni urgencia a su cuerpo cambiado, para otras se transforma en una obsesión. Sienten que han quedado deformadas, y que en ese estado no son deseables, ni desean un contacto íntimo. Paradojalmente, son pocos los varones que expresan una disminución del interés sexual atribuible a los cambios corporales.

Este es un tema central para la pareja, el del deseo sexual y la reanudación de las actividades eróticas. El período de abstinencia varía absolutamente de una cultura a otra. Hoy la mayor parte de las mujeres retoman su vida sexual dentro de los treinta días siguientes al nacimiento, y muchas esperan ansiosamente este reencuentro. Otras no muestran interés por ninguna actividad sexual.
Dos son los puntos sobre los que hay que estar atentos para evitar secuelas que afecten la pareja. El primero surge porque algunas mujeres muestran una sensibilidad dolorosa hacia la penetración que antes no habían tenido.
Cuando esto sucede hay que estar conscientes de que pautas de respuesta sexual como la vasocongestión vaginal, la lubricación y la tonicidad muscular, lo mismo que la intensidad orgásmica, pueden requerir de ocho a doce semanas para recuperar sus características anteriores. Se debe entonces regular con cuidado las primeras penetraciones y la intensidad de la relación coital, para no favorecer la instauración de un circuito de dolor e inhibición de consecuencias desfavorables.

El segundo es el tiempo que cada mujer demande para reestablecer sus necesidades sexuales. Muchas requerirán de caricias tiernas, de lentos contactos sin exigencias. Recuperar la intimidad previa nunca es mecánico ni sencillo, por ello algunos varones pueden sentirse desplazados, y si reaccionan ansiosamente presionando para reanudar la vida sexual como si todo fuese igual, pueden producir una reacción inversa a su deseo. Una reticencia cada vez mayor en la mujer que se siente demandada a cumplir con un servicio centrado en las necesidades masculinas. El encuentro se transforma entonces en un desencuentro, la comunicación en un monólogo, y los efectos de esta divergencia se revelan en una sistemática ausencia de deseo, que a su vez es traducido como rechazo. Esto, si no es comprendido y resuelto a través de un cambio de actitudes, determina una peligrosa pauta de alejamiento.

Cada mujer y cada hombre deberían comprender las profundas transformaciones que se generan desde el embarazo, la maternidad y la paternidad, y que estas determinarán un modo diferente de estar juntos, en un proceso compartido que hará madurar el vínculo a través de la tolerancia, la colaboración y el entendimiento, para proyectarse en una pareja capaz de integrar su espacio singular con su papel de criadores. Padres y amantes, ternura filial y pasión erótica, ingredientes combinados que reflejan que, al final, el arte de amar no reside en la repetición de recetas, sino en la capacidad de cambio.

Agenda tu hora