Vamos con la segunda parte de este juego eterno: Las excepciones a estas conductas generales que la mayor parte de nosotros utilizamos, se dan cuando surge una estrategia de acercamiento más rápida e intensa o un juego de estudiada indiferencia entre las partes. Ambas conductas requieren de cierto grado de autoafirmación en quienes las ponen en práctica, puesto que ellas pueden suscitar un abierto rechazo, fruto puro y simple del afán de defensa ante lo que se siente como una invasión, en el primer caso, y ante la desvalorización en el segundo.
Hay una forma peculiar de transmisión de la energía sexual entre dos personas interesadas una en la otra y el uso del tacto o el contacto corporal, por sutil que sea, genera un mensaje que abre otra compuerta en el juego.Los seductores de uno u otro sexo saben cuándo y cómo tocar al otro, casi accidentalmente o en forma directa, provocando una respuesta. Un toque o un contacto más deliberado y prolongado producen una especie de interrogatorio directo sobre los límites posibles en el contacto corporal.El uso de la voz y los diversos tonos sugiere, acompaña todo ello. Los hombres señalan el efecto erótico y sensual de una voz femenina ronca y algo apagada, así como el efecto inverso de una mujer de voz alta y chillona.
El papel del olfato, como bien saben los fabricantes de perfumes, se remonta a la historia evolutiva de los seres humanos y su importancia radica en que es percibido por el cerebro más antiguo, aquel que aún conserva las huellas de las épocas en que machos y hembras resultaban atraídos por las sustancias naturales exhaladas por el sistema hormonal. Antiguos receptores alojados en nuestra nariz pueden captar el mensaje químico de las feromonas o de la testoesterona que se desprende la piel húmeda.
La seducción ha sido y es, el modo en que las personas muestran lo mejor de sí para ser aceptados y aprobados por el otro, es el camino del encuentro y el placer, pero a la vez representa un juego placentero en sí mismo, que no tiene porque ser abandonado o descuidado luego de la conquista. Las personas capaces de seguir siendo seductoras con el ser querido son las que más garantías acumulan en la continuidad de la pasión mutua.
Las técnicas de seducción ligadas a la estimulación directa de los sentidos han sido puestas en práctica a lo largo de la historia por hombres y mujeres, a veces hasta llegar a la caricaturización de lo masculino o femenino. Baste pensar en los cuerpos femeninos aprisionados por ceñidos corsés que buscaban destacar atributos ideales, como el pecho amplio y una cintura estrecha, o en las rizadas pelucas de los caballeros del siglo XVIII.
Nuestro tiempo y nuestra cultura ha conferido al cuerpo una dimensión y una relevancia como nunca antes había sucedido, situándolo en la base de toda estrategia seductiva.
Sin embargo: ¿Cuáles son los atributos que identifican o califican a hombres y mujeres como seductores?
Las mujeres suelen destacar en el varón la vehemencia, la forma envolvente e imperativa en que este demuestra su interés, sin considerar ciertos factores que a otros los escandalizarían o inhibirían. En pocas palabras, la decisión en el acercamiento, que suele ser muy asertivo y expedito.
A las mujeres parecen atraerles los hombres naturales, que parecen, a su vez, estar satisfechos de estar simplemente allí. Los aspectos relativos a la belleza corporal, si bien cuentan, no se consideran definitorios, sino más bien un marco de referencia: los hombres percibidos como interesantes son básicamente masculinos y seguros de sí.
Los hombres suelen sentirse atraídos por los aspectos relacionados con el despliegue del cuerpo y la belleza corporal.
La seducción homosexual, en cuanto a los hombres que desean a otros hombres, nos parece tremendamente centrada en los aspectos eróticos, más directa, menos enmascarada. Y acerca de la seducción entre mujeres opera por carriles similares.
Estilos de Seducción:
Los del estilo arrollador exhiben -cuando fijan su objetivo sexual- una conducta aplastante y la habilidad de no permitir casi pensar a la mujer que desean poseer. Son obvios al mostrar su interés sexual, pero no lo hacen en forma ofensiva, como hábiles estrategas saben cuándo avanzar o retroceder, disimulando con una sonrisa o una broma un paso en falso.
No suelen ser ni muy atractivos físicamente, ni muy brillantes en lo intelectual, pero sí astutos y capaces de obtener cualquier información con habilidad.
Una de las cosas que sorprende en todos ellos es su maestría para dar con mujeres a cualquier hora y en los lugares más insólitos: saben dónde buscar y como hacerlo.
Tienen una gran tolerancia a la frustración y al rechazo, pero, como se aproximan con cordialidad, no suelen recibir condenas explícitas, sino gestos que les revelan de inmediato el interés o desinterés de las mujeres que abordan. Suelen usar con precisión artimañas aprendidas y manejan con soltura el humor, que les permite escapar de situaciones embarazosas. Son como vendedores callejeros, que buscan un cliente a quien colocarle su mercadería. Y como no son demasiado selectivos, pueden pasar de una mujer a otra hasta encontrar la que les compre lo que ofrecen.
A través del tiempo y en virtud de la experiencia acumulada, han construido rituales simples de aproximación, casi inofensivos; una gimnasia cotidiana basada en frases, en un saludo casual o un elogio repetido docenas de veces con cualquier persona con la que se cruzan, hasta que obtienen un “retorno positivo”, el cual permite iniciar un diálogo donde nada importante se dice, pero que permite el contacto personal y el camino hacia el objetivo trazado, que es simplemente la posesión.
Otro estilo común es el del individuo displicente, que implica en sus cultores una mayor autoestima y autoconfianza. Son quienes hallan en la distancia y la indiferencia un código para transmitir su interés. Y encuentran mujeres dispuestas y disponibles con enorme facilidad, no se sabe si por casualidad o por un culto a la casualidad. Parte de su habilidad reside en estar alerta a las posibilidades que les brinda cualquier situación y en no perder la opción. Son grandes improvisadores, grandes creadores de escenas, pero conservan la imagen de quien está haciendo algo por casualidad.
Los individuos del grupo displicente son mucho más selectivos que los del tipo anterior y saben a que tipo de mujer les llega más su forma de comportarse y conducirse.
Los del estilo romántico aparecen como personajes dramáticos, son los representantes de un modelo atemporal, que parecen surgidos de una novela gótica o de un sueño adolescente.
De todos los seductores, son –quizá- los que más requieren de una idealización absoluta de la amada, y están dispuestos a la entrega total, sin límites ni barreras. Su visión peculiar de la unión es la no discriminación, su ideal mágico se resume en la fusión: “Tu y yo seremos uno por toda la eternidad”.
La fuerza de este ideal implícito suele actuar como un imán irresistible para algunas mujeres, que se sienten la compañera ideal de un sueño.
Los personajes incluidos en esta categoría son muy selectivos y en extremo exigentes, y por eso mismo muy contradictorios y sobreactuados.
La seducción ocurre, para ellos, en un gran escenario, donde los detalles cuentan. Viéndolos desde afuera, se asemejan a un director de escena que requiere de su actriz predilecta una gran complementación y que marca todo el tiempo la pauta de las interacciones. Porque a pesar de su aparente entrega y su apasionamiento, siempre hay algo de artificial en sus conductas y un claro intento de controlar la acción.
Otro estilo de seducción, muy posmoderno, apela a la detección de mujeres ansiosas de proteger a un ser desvalido. Este tipo de seductores exhibe desenfadadamente su “neurosis de abandono”, al estilo de un Woody Allen, y se entrega en cuerpo y alma a las manos de la mujer que habrá de cuidarlo devotamente.
Estas descripciones, casi cinematográficas, reflejan a cierto tipo de sujetos, que disponen de estudiadas estrategias, que en definitiva son la excepción, para la mayor parte de los varones la seducción es un difícil trabajo. Los tímidos abundan, ciertos hombres y mujeres no han conseguido desarrollar las habilidades necesarias para aproximarse, seducir y establecer una comunicación fluida con las personas en las que están interesadas. En realidad ellas se adquieren a lo largo de la vida a través de modelos, imágenes y experiencias. En las personas con dificultades se distingue la presencia de ciertos indicadores como: los etiquetamientos irracionales, del tipo “nadie se fijará en mí”. Aunque los demás y el mismo espejo les devuelvan una apariencia más que aceptable, sus ideas negativas con respecto a sí mismas importan más que todo indicio aparentemente objetivo.
Ante la aproximación a otra persona experimentan molestias físicas, como sensaciones desagradables o ruidos estomacales, temblor, rubor o sudoración. Su falta relativa de aptitudes en el terreno de la comunicación los aniquila; son incapaces de sostener la mirada y, en torno del tema específico del que decir, suponen con frecuencia que deben hablar de hechos o ideas lo suficientemente brillantes para captar o retener la atención de la otra persona.
Suponen, irracionalmente, que la gente callada es inmediatamente desvalorizada. Y sin embargo, obvian dos factores importantes: el primero es que a mucha gente le encanta ser escuchada y que se maravilla cuando alguien la atiende concentradamente; el segundo es que la mayor parte de la gente habla de temas absolutamente intrascendentes o simplemente de sí misma.
La pregunta que surge es si estos estilos que se describieron antes tienen su equivalencia en las mujeres. Durante muchas décadas la seducción femenina quedó atrapada en la inducción pasiva, la mujer proponía indirectamente y el varón era el encargado de llevar adelante la aproximación. Este juego establecía que la mujer no aceptaba de inmediato las propuestas, sino que se tomaba su tiempo para acceder. “Estoy interesada, pero no tanto”, “veremos”, “insiste para mostrar cuán atractiva te resulto”. La seducción, puesta en estos términos, tenía mucho de represión, en tanto que una actitud más explicita y asertiva resultaba poco “femenina”. Hoy, en cambio, la histeria ha pasado de moda, mujeres y varones se exponen y buscan la cercanía con la persona deseada, lo cual comporta riesgos, particularmente la frustración cuando el acercamiento no es correspondido o cuando se sustenta en expectativas diferentes, pero también beneficios evidentes.

 

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