En un clásico filme de Woody Allen, Annie Hall, se grafica muy sintéticamente uno de los conflictos que tienden a dividir los deseos y apetencias de mujeres y varones.
La pantalla se divide en dos y se ve simultáneamente a ambos miembros de una pareja en consulta con sus respectivos psicólogos. El terapeuta le pregunta a él «Cuántas veces hace el amor?», Y él responde: «Poquísimo, tres veces a la semana». Cuando el psicólogo le pregunta a ella, ella responde: «Muchísimo, tres veces a la semana». Esta polémica atraviesa los dormitorios de todo Chile de norte a sur, y es la más común de las diferencias matrimoniales.
Las estadísticas señalan que la frecuencia depende de dos variables objetivas, como son la edad y los años de matrimonio, y otra subjetiva, como es la situación por la que atraviesa la relación de pareja. Los estudios dan cuenta de una curva descendente que se inicia con una alta frecuencia de relaciones sexuales al principio del matrimonio, que comienza a disminuir entre los cinco y siete años, para estabilizarse alrededor de los diez, con una curva de descenso de allí en más.
Al principio de la pareja, las relaciones son diarias. Luego disminuyen a unas tres veces por semana, para estabilizarse en dos veces por semana sosteniéndose en esa frecuencia por años, sólo en etapas muy posteriores disminuyen a cada quince días o una vez al mes en etapas posteriores.
Son cifras generales, que establecen un perfil estadístico más o menos consistente en la frecuencia de los encuentros sexuales en la población sexualmente activa, pero nada dicen de la calidad y del grado de satisfacción que tales encuentros suponen. Mis investigaciones arrojan un dato interesante, en relación con un número significativo de parejas que, con el paso de los años, disminuyeron la frecuencia sexual pero aumentaron la sensación de satisfacción en cada encuentro.
La propia satisfacción favorece en mujeres y hombres el deseo de estar juntos, y renovar la actividad erótica.
Con todo lo maravillosas que pudiesen ser las relaciones sexuales para alguno, hay otros que no las consideran como un factor relevante dentro de la relación, y simplemente no mantienen relaciones, o lo hacen dentro de largos períodos. Si ambas partes coinciden respecto de ello no hay conflicto, claro que lo que importa verdaderamente es la existencia de un convenio que satisfaga los deseos mutuos. La crisis aflora cuando uno de los dos siente que es sistemáticamente rechazado o no deseado.
En este caso, la baja frecuencia sexual se convierte en expresión de un conflicto en la pareja.
Como casi para todas las cosas, hombres u mujeres difieren a la hora de opinar sobre el tema.
Los varones suelen preocuparse de la frecuencia en sí misma, adjudicándole un valor intrínseco, mientras que las mujeres se preocupan mayormente de las condiciones del encuentro.
El tema de la baja frecuencia sexual encabeza la lista de las quejas masculinas, aunque abundan las mujeres que se quejan de lo mismo, reclamando a sus maridos cierto desgano a la hora de cumplir con sus «obligaciones sexuales».
Los varones, más enrollados en este tema, encuentran en la cantidad de relaciones, una verificación del interés sexual de la compañera por el sexo, y por su propia persona.
No es que a los varones les interese solo la cantidad y la repetición, también creen en la calidad, pero no aparecen muy dispuestos a negociar lo uno por lo otro. Cierto es que lo ideal sería la unión de calidad y cantidad, pero vaya que resulta difícil pensar en una vía practica para lograrlo. No me imagino como es posible repetir noche a noche un encantador y pasional encuentro sin caer en previsibles repeticiones. Algunas caricias, besos, contactos que apuntan a generar la necesaria excitación, sin la cual la relación sexual se hace pura mecánica y por fin una agitada penetración que idealmente culmina –pero no siempre- en orgasmo. En síntesis, rutina.
Todos nos lavamos los dientes antes de acostarnos, pero no deberíamos buscar una relación sexual para dormir más relajados, los que así lo hacen tienen grandes posibilidades de ser rechazados.
Hay mujeres que tienen también un alto grado de demanda sexual. Obviamente, si ambos están de acuerdo, no hay conflicto, pero éste se produce sobre la suposición de que la negación a mantener relaciones sexuales representan un rechazo a sus necesidades y por lo tanto un rechazo a la propia persona.
La insistencia del varón, como forma de obtener la cuota de sexo que desea, incrementa el rechazo femenino, y disminuye el deseo. Muchas mujeres acceden a la relación sexual con poco entusiasmo, para evitarse peleas continuas, y recriminaciones interminables.
La escena típica pasa por la acusación del varón de no ser tenido en cuenta, y la respuesta femenina de no entender que no siempre se puede estar dispuesta.
Las reiteradas excusas de cansancio, tensión, ocultan esa dificultad de algunas mujeres para entregarse a la relación sexual, por la relación en sí misma.
Las reiteradas rabias de algunos varones ocultan su dificultad para entender la importancia del contexto en el que la relación sexual se inserta.
Ni un acto mecánico ni un megaevento, sino la acertada combinación entre atención, afecto, excitación y placer.
Las mujeres dicen: » si no buscase tanto yo estaría más dispuesta”.
Los hombres dicen: » si no se negase tantas veces, yo no sería tan insistente » ¿Porque no muestra ella interés? ¿Porque no me busca?
Si yo la busco tantas veces, afirman con cierta tristeza, es porque nunca sé cuando va a decir que sí.
La frecuencia sexual entonces, marca una pauta de encuentro o de desencuentro, y es por ello que puede volverse casi crónica, cuando la pareja no sabe colocarla en un contexto de satisfacción mutua.
No se trata entonces, de un problema del número de relaciones que se tienen por semana o por mes, sino de lo que esas relaciones significan en términos de placer y encuentro. La responsabilidad es obviamente de ambos, y representa el esfuerzo que cada uno hace por satisfacer las demandas y necesidades de la pareja. Este es el punto central y la clave de cualquier relación exitosa, la capacidad de saber cuales son las expectativas y la disponibilidad para satisfacerlas.