Un mal contemporáneo. 

Cada vez que un paciente relata los sucesos que rodean a su experiencia sexual surgen hechos específicos que dependen de la particular historia de vida de cada uno, y también otros que se sitúan en un plano general y compartido. Dentro de estos últimos se pueden ubicar dos factores relevantes que afectan el normal desempeño de la vida sexual: la exigencia y la ansiedad. 

De uno modo u otro, todos hemos experimentado alguna vez los signos que representan un estado de ansiedad: hormigueos en el estómago, palpitaciones, sudoración. Las circunstancias que pueden producir estas manifestaciones son múltiples: desde un encuentro amoroso, una entrevista de trabajo, un altercado, una relación sexual; en fin, todas aquellas circunstancias que provocan o producen un estado de alerta, y que predisponen al sujeto para la defensa o la acción. En este sentido la ansiedad es útil porque ayuda a enfrentarse a las situaciones complejas de la vida cotidiana.

Sin embargo, esta reacción esporádica puede convertirse en un invitado permanente que se presenta en forma crónica o intermitente, bajo la forma de ataques que paralizan al sujeto y le impiden reaccionar en forma adecuada.

La ansiedad puede definirse como un malestar psicológico que se produce de modos diferentes a lo largo de la vida de un individuo. Se la puede ubicar en un continuo que va desde una ligera perturbación ocasional, hasta una grave patología que altera la capacidad de funcionamiento armónico de la persona en distintas áreas de su existencia.

Su modo de expresión puede ser global o específico. Los factores básicos sobre la que se sustenta se relacionan con emociones tales como el miedo, la tristeza, la rabia, la frustración, el rechazo, las expectativas excesivas que los sujetos se forjan acerca de sí mismos y de su vida, la inseguridad expresada en una alerta constante sobre la propia persona (aprehensión), sobre el propio cuerpo y sus funciones (trastornos psicosomáticos), y sobre las ideas (obsesiones).

Las personas aprenden a convivir con la ansiedad, y en general la mantienen dentro de límites controlables, sin embargo para otros se convierte en un monstruo omnipresente, que determina un desequilibrio constante al cual los individuos se adaptan como forma de existencia, y se expresa en un estilo de vida colectivo. Basta observar las interacciones cotidianas características de una gran ciudad, para percibir como las personas se mueven en un cortocircuito emocional; este hecho se expresa en la impaciencia, la intolerancia, la agresión desmedida, en un estado de alerta constante que se hace notorio en la forma de conducir un automóvil,  o en una fila de supermercado que se transforma en un caldero de emociones negativas contenidas y estalla ante cualquier conducta del otro que es traducida como falta de respeto, o lisa y llana agresión.

Es obvio y difícil permanecer ecuánime en un contexto de ansiedad generalizada, aunque esta adopte formas encubiertas.

Se podría hablar, aunque parezca excesivo, de una sociedad ansiogénica que admite el conflicto como estilo de relación, aún cuando –En un típico doble discurso- se lo condene públicamente.

Las inquietudes sobre distintos aspectos de la vida cotidiana se hacen omnipresentes; preocupación obsesiva por la salud, el trabajo, los hijos, el dinero, los ansiosos crónicos parecen anticipar siempre un desastre, y aunque comprenden que su estado de ansiedad es excesivo,  no pueden desprenderse de ello, y lo expresan en síntomas tales como tensión muscular, temblores, dificultades para conciliar el sueño, dolores de cabeza, irritabilidad, trastornos en la vida afectiva y sexual. La ansiedad se constituye en la base de casi todos los problemas sexuales; es el factor común que vincula a una eyaculación precoz, un trastorno erectivo o una anorgasmia. Varones y mujeres se muestran incapaces de entregarse a las sensaciones eróticas, porque sus pensamientos los alejan de las percepciones corporales, para llevarlos a una situación de espectador de sus propios límites o sus propios fracasos.

En el extremo están quienes adoptan la ansiedad como estilo de vida, se autodenominan hiperkinéticos, y valorizan esta actitud, como si fuese un modo apropiado de conducirse. Lo demuestran en cada instancia: en el trabajo, en las relaciones personales, en la vida íntima. Su existencia, y la de los que tienen la mala fortuna de convivir con ellos queda signada por esta particularidad, que conduce inevitablemente a relaciones sin tiempo, ni armonía.

La adicción a la adrenalina es un ejemplo de la búsqueda permanente de estímulos reforzadores que sostienen una combinación entre un efecto específico sobre el cuerpo y las emociones que lo acompañan. Por un lado la actividad frenética de estos sujetos tiende a generar neurotrasmisores llamados aminas cerebrales, estas sustancias actúan a corto plazo, por lo que si se desea sostener las sensaciones están obligados a mantener el estímulo o aumentarlo hasta el agotamiento psíquico. Por otro lado, es el mismo deseo de experimentar un placer intenso, que no tiene -para ellos- comparación con otro, el que les genera una ansiedad específica que los empuja a la búsqueda.

Hagan lo que hagan: trabajo, deportes, fiestas, sexo; todo tendrá un denominador común: energía y velocidad. Mirado de esa manera no parece tener nada de malo, sugiere un estilo de vida, un modo de goce ligado a la intensidad. Sin embargo no es tan inocente, ni carece de riesgos. Lo que es necesario establecer para diferenciar un adicto a la adrenalina de otros que también la disfrutan, es el concepto de dependencia y anclado en este, el de compulsión.

Cualquiera puede disfrutar de la aventura, del riesgo controlado, de la pasión que inspira el nuevo amor, pero cuando solo es posible el goce asociado a la intensidad extrema, y cualquier otra posibilidad queda reducida a la condición de tolerable o más bien aburrida, es evidente que el campo y las posibilidades de satisfacción se restringen.

Todos conocemos a estos sujetos, generalmente varones y también, aunque menos, mujeres: Son aquellos con los que es imposible compartir un simple viaje en auto, sin tener la sensación de estar en un territorio de competencia. O salir a un paseo en bicicleta que termina siendo una exigencia agotadora. Caminar con ellos es imposible, porque los aburre todo lo que signifique serenidad. Hacer el amor, como participar de una escena gimnástica, donde la reiteración, más que la calidad es el estándar. Claro que pueden ser amantes incansables y eso otorgar placer al compañero, pero por más que se pueda admirar esa acción, siempre hay que tener en cuenta que no lo hacen principalmente por el placer del otro, sino porque cualquier opción diferente les produce insatisfacción, y como son compulsivos lo que desean les debe ser provisto en el instante mismo, si no se frustran infantilmente.

El problema principal que padecen, aunque no lo reconozcan fácilmente, es su imposiblidad de convivencia cercana o íntima con personas que no comparten su estilo. Esto no es un problema en la medida que cada cual puede tener territorios propios de acción, pero también debe existir la posibilidad de compartirlos, aunque más no sea transitoriamente.

Un segundo problema, que es el que los acerca a la consulta psicológica, es su dificultad en sostener y consolidar sus relaciones de pareja. Cuando se los entrevista lo primero que llama la atención es lo fugaz de sus vínculos. Entran y salen de las relaciones con la misma velocidad que los caracteriza.

Si la justificación de ese accionar se encontrara en un deseo de multiplicidad sexual sin compromiso ni consecuencias, se podría ver como una elección más, que no es ni más ni menos aceptable que otras opciones. Lo complicado es que en un momento se les produce una contradicción entre su anhelo de tener una pareja estable, con su rechazo a toda forma de  constancia amorosa porque ella aparece como equivalente de la pasividad.

Aclaremos, no es que ellos no deseen conscientemente enamorarse o disfrutar de una pareja, lo que sucede es que la mayor parte del tiempo no logran darle una mínima oportunidad a la relación, porque simplemente se cuestionan cuando después de una fase inicial de gran intensidad, rápidamente ese otro no les genera la tensión y necesidad de presencia que ellos reconocen como atracción.

Su trampa es que no se imaginan a sí mismos sintiendo otro tipo de afectos más serenos, porque en su interior los asocian con la falta de interés, y eso les pasa porque confunden el amor que es un sentimiento global, con solo uno de sus componentes: la pasión adrenalínica. Este es el núcleo de un pensamiento erróneo que deben modificar si quieren tener oportunidad de amar con la serenidad que todo amor requiere en un instante de su proceso.

Cierto es que se puede vivir como si cada día fuese el último, o en una montaña rusa llena de descensos vertiginosos, el problema es quien querrá ser la acompañante en el carro.

Por el contrario, la verdad es que la ansiedad es una patología, y como tal debe ser encarada y sanada. No son las píldoras su panacea, sino la conciencia de que el equilibrio entre la persona, su medio ambiente y las relaciones es el ideal de existencia. 

Dice una vieja melodía: “  Ansiedad, por tenerte en mis brazos. Musitando palabras de amor”. Otro bolero clásico habla de  la relación amorosa y la expresa en palabras tales como: “ ansiedad, angustia, desesperación”. Estos tres últimos términos aparecen unidos en una verdadera escalada de reacciones que se producen ante las emociones que suscita el ser amado.

     

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