Por Roberto Rosenzvaig

Siempre he considerado que para que una terapia tenga éxito, lo primero que se tiene que tener en cuenta es el propósito o el objetivo que las personas tienen al iniciarla. Esta parece un afirmación un poco obvia, sin embargo no lo es tanto cuando el objetivo parece confuso o tal vez inalcanzable.

Hay frases típicas de los libros de auto ayuda como “queremos re-encantarnos” que como anhelo puede ser válido, pero muy improbable como resultado. En este sentido una terapia (tal como yo la entiendo) debe acordar con los pacientes la definición de aquellos objetivos concretos que mostrarán el progreso del tratamiento o lo contrario.
El propósito está relacionado estrechamente con las dificultades que han tenido en cualquiera de los planos de la convivencia, y que no han podido resolver por ellos mismos, es por eso que recurren a un terapeuta.
Estar juntos no es lo mismo que sentirse una pareja, para que ella exista, tienen que cumplirse ciertas condiciones, y la primera es la presencia de un vínculo afectivo significativo con cierta estabilidad en el tiempo que incluye -por lo regular- el ejercicio de una vida sexual mínimamente satisfactoria para ambos.
Permanecer juntos no es lo mismo que ser una pareja, pero hasta para conseguir esa mínima condición hay que poder sortear los conflictos, se dice con certeza que una buena pareja no es la que carece de conflictos, sino la que tiene la capacidad de resolverlos, porque convengamos que es casi irreal pensar en dos personas unidas por un período más o menos prolongado que no hayan pasado por desacuerdos, confrontaciones y conflictos.

Una buena entrevista inicial con la pareja debe establecer la jerarquía de los conflictos y el riesgo que cada uno conlleva para el futuro de la misma. De allí será más sencillo acordar objetivos y comenzar una terapia, porque sin objetivos la entrevista es solo un intercambio de información, pero no un proceso con comienzo y fin.

Al acordar objetivos se determinan los espacios de trabajo y el tiempo requerido para lograrlos, creo que la variable tiempo es fundamental, porque lo que no cambia a corto plazo no lo hará en el largo, por eso no acepto las terapias interminables en las que el terapeuta pasa a ser parte de un triángulo emocional y eje de dependencia.

Tampoco creo en que dos terapias individuales en paralelo con el mismo terapeuta, sea una terapia de pareja, esa sumatoria nunca resulta, porque lo que diferencia a esta terapia de cualquier otra es la focalización en las interacciones presentes, el los múltiples discursos y en las interpretaciones paralelas que ambos practican.

La historia de una pareja se inicia en el momento en que ambos se autodefinen como tal, y empiezan a construir una trama de relaciones que los llevan a conocer cada vez más profundamente sus necesidades, deseos, límites y aspiraciones generales.
Al principio ambos buscan satisfacer las demandas de su pareja, aunque no coincidan puntualmente con las propias, el conflicto posterior se produce porque no todos lograr dar continuidad a esta actitud generosa, y comienzan a sentir paulatinamente que el otro no se esfuerza lo suficiente, ni tampoco reconoce el esfuerzo propio.

Las áreas en que se expresan los problemas son las de la comunicación afectiva, la intimidad, el proyecto individual y de pareja, los aspectos de autonomía y dependencia, la educación de los hijos, el manejo y destino del dinero, la fidelidad, las relaciones sexuales, el carácter de cada uno.
Cada uno de estos ámbitos se mezcla con los otros, de modo tal que aparecen como contenidos en un tejido con múltiples matices. Pero aún así las parejas concuerdan generalmente en cuales temas tienen más dificultades.

Todo problema que sucede en el curso de la vida inspira una pregunta: ¿Porque me pasa esto? A mí, en este momento. O a nosotros. Esto es aplicable a cualquier espacio de la vida cotidiana, y particularmente cierto en el plano erótico.
Satisfacción, deseo, excitación y orgasmo, son las categorías más abarcadoras en que se despliegan los problemas de la vida sexual, pero en cada una de ellas la singularidad de cada vida le otorga una textura y densidad diferente al conflicto y a la forma en que este es padecido por la persona, aunque
los trastornos de la vida sexual casi siempre expresan un conflicto compartido, independientemente de su punto de origen, porque tarde o temprano producen efectos en la calidad de vida de la pareja.

La llegada de un problema sexual a la vida de una persona o de una pareja generalmente no sucede de un día para otro, por el contrario es la resultante de un proceso, pero cuando se desencadena, las personas se interrogan, saben que lo que les sucede empezó en algún lugar, y en algún momento, pero: ¿Cuando, cómo y donde? Esta parece una pregunta simple y sencilla de responder por los protagonistas, sin embargo, los sujetos no suelen tener en claro de que modo se ha incorporado a sus vidas la dificultad sexual, ni que responsabilidad individual les cabe.
Mientras que para algunos un problema sexual no será más que un pequeño escollo en el camino de su vida erótica, para otros puede constituirse en un severo obstáculo que frena sus posibilidades relacionales y amorosas.
Este cambio de escenarios genera dos tipos de actitudes diferentes. La primera actitud parte de aceptar las carencias y buscar la armonía a pesar de la insatisfacción parcial, esta escena es típica de las parejas que tienen conflictos en torno a la frecuencia o las variaciones dentro de la relación sexual.
La segunda apunta a sentir y a hacer sentir el malestar afectivo que produce la percepción de no ser tenido en cuenta, dato subjetivo que comúnmente proviene de la vivencia de insatisfacción, originada en el desinterés creciente por los encuentros eróticos.
En este proceso se produce el sutil, pero peligroso desplazamiento, de la conciencia compartida a la atribución de la responsabilidad en el otro.

En el terreno de las conductas sexuales la situación es especialmente complicada porque se ejecuta en conjunto, de allí que cuando se presentan problemas difícilmente sean solo individuales, aún cuando se hayan originado por una dificultad vinculada a otro ámbito, como problemas familiares, laborales, etc.
En la búsqueda de solución a los problemas presentados por la pareja, algunos terapeutas van de lo muy general en torno a los vínculos e interacciones, para llegar, alguna vez, al tema sexual específico. Otros se zambullen en lo sexual minimizando los vínculos emocionales.

Aquí surge el interrogante de si es un problema sexual el que genera el conflicto. O si son las desavenencias cotidianas las que arrastran a la vida sexual al deterioro. En este punto es preciso desprenderse de la metáfora del huevo o la gallina, no es relevante saber si son las malas relaciones las que producen el conflicto sexual, o es el mal sexo el que genera el conflicto en las relaciones, sino entender su mutua influencia negativa. Lo que es innegable, es que todo problema se sitúa en un contexto, no puede ser desprendido mecánicamente de las características individuales de cada sujeto, ni del tipo de vínculo que tiene la pareja, ni de la historia compartida. De la comprensión del peso de estos tres elementos surge el diagnóstico de la situación, y los pasos para modificarla.

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